viernes, 23 de mayo de 2008
La élite de Monterrey se apropia un cerro para sus fiestas
Reportaje: Invasión a reserva ecológica • Proyecto Valle de Reyes
Las inmobiliarias de Monterrey no cesan en su intento de construir una zona exclusiva para fiestas, reuniones y demás eventos sociales. Pero ese objetivo se logrará invadiendo una reserva natural que tardó 60 millones de años en formarse.
Jue, 22/05/2008 - 05:24
Milenio
Foto: Roberto Alanís
Los dinosaurios todavía caminaban por la tierra cuando lo que ahora es la reserva natural de Cumbres de Monterrey, una serie de cañones rodeados por riscos escarpados, emergió, hace aproximadamente 60 millones de años.
Convertida en la actualidad en la más importante fuente de agua de Santa Catarina, hay quienes ahora se aprestan a construir un campo de golf de 27 hoyos —con jardín francés incluido— en el centro, con una vista y ubicación privilegiadas.
Sería un retiro de alta exclusividad, accesible sólo para millonarios.
“Tu evento en las montañas”, dice la tarjeta de un salón de fiestas que fue construido ilegalmente en las faldas de un cerro. En esta zona protegida, de la cual depende el futuro de la zona metropolitana de Monterrey, hay una rebatinga por hacer negocio.
En la capital regia se ha puesto de moda venir aquí, al parque natural, para celebrar bodas, bautizos y primeras comuniones, en un clima similar al de Cuernavaca, Morelos, templado casi todo el año.
Los especuladores han reaccionado a la demanda: los salones de fiesta y el talado de cerros proliferan. Pero el desmonte es sólo una modalidad de la sangría que cotidianamente sufre el Parque Nacional Cumbres de Monterrey.
El fenómeno tiene numerosas formas: terrenos comprados y vendidos ilegalmente, casas que nacen de la noche a la mañana, asentamientos irregulares, mansiones de fin de semana y Valle de Reyes, un proyecto inmobiliario que quiere urbanizar 2 mil 400 hectáreas para transformarlas en una exclusiva zona, separada por riscos del resto de la ciudad: el Santa Fe de Monterrey.
Descrito por ecologistas como lo más cercano que una violación, la constante punción de empresarios inmobiliarios y especuladores en la Huasteca no se detiene ni durante el día. Sin ser inspeccionados, decenas de camiones ingresan todos los días a una de las últimas grandes reservas ecológicas del país; serpentean por caminos de terracería para entregar material de construcción con el que poco a poco se altera el ecosistema que nació en el últimao periodo glacial, hace 10 mil años.
“Aquí todos construyen a su antojo, vienen, rapan el monte, hacen casas, albercas y salones de fiestas. Nadie hace nada y, encima de todo, quieren hacer Valle de Reyes”, lamenta Julio César Méndez, quien pertenece de un grupo ecologista que se opone a la urbanización de la Huasteca.
Denuncia que la plusvalía de la zona la ha puesto en la mira de inversionistas que desean dotar a Monterrey de un nuevo desarrollo de elite, una colonia que no tendrá vecinos y a la que sólo se podrá acceder por dos túneles privados.
Junto a Jesús Esparza, otro activista, Méndez ha librado una batalla de 30 años para proteger el parque natural, donde coexisten osos negros, ratones patas blancas y plantas medicinales.
El reto que hoy enfrentan es el más difícil, admiten, porque se oponen a “intereses millonarios” que hay detrás de Valle de Reyes: una inversión inicial tasada extraoficialmente en 250 millones de dólares.
Esparza sostiene que hay más en juego que sólo dinero: la sustentabilidad de Monterrey depende de que la Huasteca y el resto del parque se mantengan como áreas protegidas, sin desarrollos urbanos.
“Aquí se recarga el principal acuífero de la zona metropolitana y aún así quieren seguir construyendo, como en Valle de Reyes. Si la construyen van a afectar la recarga, sin importar que 4 millones de personas dependen de ese acuífero”, añade.
Con millones de dólares en juego y varios fallos judiciales adversos y “sospechosos”, el futuro de la reserva ecológica pende de un hilo. El desarrollo impulsado por Metrofinanciera, Banorte e Inmobiliaria Dos Santos —con sus dos campos de golf, un “parque recreacional” y sus 5 mil casas de lujo— se mantiene vigente, pese al rechazo de importantes sectores de la sociedad civil.
“Las inmobiliarias quieren hacernos creer que toda la Huasteca está invadida para que Valle de Reyes no sea mal visto. Quieren justificar que, como ya se ha violado la ley en una parte, ellos pueden hacer lo mismo”, sentencia Fernando Sariñá, delegado de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conap) en Nuevo León.
Acepta que quienes ya están la Huasteca (unas 8 mil personas) podrían quedarse en esa zona, “pero no puede permitirse que continúe el deterioro, especialmente con la construcción del campo de golf, que requieren un alta consumo de agua, lo que implica la ruptura del ecosistema”.
De acuerdo con Sariñá, los daños ecológicos en la región serían mayúsculos si se autoriza el proyecto de Valle de Reyes, rebautizado como Valle Sur para “retirar” parte de la exclusividad al nombre, aunque sigue en pie el proyecto de rasurar el cañón, importar pastos incapaces de absorber agua y llevar ahí asfalto, vialidades, cemento e infraestructura.
En los cuatro años recientes Sariñá ha formado parte del esfuerzo federal por detener la invasión del parque nacional, que se extiende en un área cuatro veces mayor a la ciudad de Monterrey y que, dada su cercanía y belleza, ha tentado a más de un empresario para tomar el “espacio vacío” y transformarlo en zoan exclusiva.
“Lo que están proponiendo es crear una isla dentro de la reserva, pero lo que hagan ahí tendrá un impacto negativo en el resto de la zona”, sostiene. “No podemos permitir que siga creciendo la mancha urbana”.
Según información proporcionada a la Conap, recientemente fue descubierta una nueva especie de agave cerca de la zona destinada a Valle de Reyes: jamás había sido catalogada. Evolucionó, se cree, gracias al relativo aislamiento del parque. “Es un enorme laboratorio biológico”, afirma Sariñá, pero hoy quieren convertirlo en campo de recreo.
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