Antonio Rosas-Landa Méndez
20 de diciembre de 2008
Chicago, Illinois.— Como buen estudiante de la UNAM, fui fanático del cine de arte y una de las cintas que disfrute en los 90s fue “Tan lejos, tan cerca” (Faraway, So Close!). Es la historia del Ángel Cassiel que aspiraba a ser humano y que al lograrlo descubrió lo compleja que resulta la vida mundana. En varios sentidos, incluyendo el titulo, la cinta ilustra la compleja relación entre México y Estados Unidos.
¿Cómo dos naciones que comparten tres mil kilómetros de frontera han tenido tantos desencuentros? No hay duda de que la composición étnica, el idioma y el sistema jurídico son distintos en cada país. Pero para entender por qué no hemos tenido una mejor relación sólo se puede saber a través de la historia.
El sentimiento de despojo que los mexicanos sentimos por el “robo” de la mitad de “nuestro territorio” aún punza gracias a un sistema educativo que se empeña en mantener la herida abierta. Esto ocurrió en 1848, ¡hace 160 años! En agosto de 1945, Estados Unidos detonó dos bombas nucleares sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Después de 63 años, los japoneses no olvidan los hechos pero no albergan el recelo hacia los estadounidenses que los mexicanos sí guardamos.
Son sucesos distintos, por ello las sociedades tenemos el derecho de entender el contexto en que ocurrieron para comprender las causas y digerirlas como parte de la historia, no para mantener rencores generacionales dignos de la saga de Romeo y Julieta. La vida ni la historia tienen que ser, forzosamente, dramas.
Tampoco sugiero que se minimice la política expansionista de Estados Unidos en el siglo XIX, las intervenciones, el espionaje y los complots que este país ha hecho para mantener su liderazgo mundial. No obstante, cuando México decidió ver a su vecino como un socio y aliado, desarrolló la herramienta de creación de riqueza más poderosa de su historia moderna: El TLC de América del Norte.
Dentro del gigante hay millones de mexicanos. De los 43 millones de hispanos en este país al menos 65% son de origen mexicano. Nuestra sangre enriquece las dinámicas culturales, laborales y económicas de Estados Unidos.
Quizá usted no lo sepa, pero hay por lo menos un millón de estadounidenses que viven en México, muchos de ellos ilegalmente. Ciudades como San Miguel de Allende se han convertido en polos receptores de jubilados, gente deseosa de maximizar el valor de sus fondos de retiro acuñados en dólares.
Una vez un estudiante me preguntó, ¿qué se puede hacer para cerrar nuestras diferencias nacionales? Contesté: “entender que los mexicanos y los estadounidenses no somos tan diferentes”. Según encuestas, en los dos países los padres desean que sus hijos tengan la mejor educación posible, ambas sociedades comparten un enorme espíritu emprendedor, y tenemos códigos culturales que facilitan el entendimiento y la integración como lo es profesar mayoritariamente religiones basadas en el cristianismo.
Nadie desea que en Chicago o en San Miguel de Allende los mexicanos o estadounidenses creen guetos apartados del resto de la sociedad. La integración al colectivo es vital para que los extranjeros aprendan las reglas locales. Al final, una nación que abre las puertas a los inmigrantes enriquece su cultura con la de los recién llegados y eleva los estándares de competencia.
El ángel Cassiel estaba habido de percibir la sensación del viento que recorre el rostro de la gente. Mas cuando se convirtió en hombre, cayó desorientado en el alcoholismo, fue vagabundo, ratero y hasta se afilió con mafiosos. No en vano se afirma que “el camino al infierno esta pavimentado de buenas intenciones”.
El arte en las primeras ediciones del libro “La frontera de cristal”, del escritor Carlos Fuentes, muestra un mapa cubierto por un vidrio estrellado que emula la silueta de la frontera México-Estados Unidos. Una línea que en realidad es una herida. No tiene por qué ser así hasta el final de los tiempos.
En Chicago, laboratorio demográfico del Estados Unidos del futuro, hay una creciente apreciación por los mexicanos. Cada 15 de septiembre los principales rascacielos se iluminan con los colores de nuestra bandera para celebrar la Independencia.
Desde un frío y nevado Chicago, deseo a los lectores de El Universal felices fiestas. Pero sobre todo, aspiro a que Estados Unidos y México se den la oportunidad de conocerse a sí mismos teniendo en mente el progreso de nuestra gente. No es una esperanza de buena fe, sólo hay que reconocer socialmente lo que la geografía determina: Estamos más cerca que lejos.
Alanda@Tribune.com
Jefe de la Página Editorial del Diario HOY
sábado, 20 de diciembre de 2008
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