El Universal
Alfonso Zárate
Este domingo millones de mexicanos concurrirán a las urnas. No hace mucho el reclamo de los ciudadanos más conscientes era muy simple: “Que el voto cuente y se cuente”; los ardides para torcer la voluntad popular en los años de la República priísta configuraron una colección de trampas: las urnas embarazadas, los carruseles, el ratón loco, la operación tamal... Pero hoy no se discute la validez del sufragio, sino la valía de las opciones: lo que se debate es votar o anular el voto. La polémica, sólida, informada, ha convocado por igual a analistas que ciudadanos ordinarios y tiene un denominador común: el desencanto con los políticos y sus partidos.
En algunas de las propuestas subyace una visión cándida de la política y de los políticos; se buscan personajes virtuosos, inmaculados, y sólo encuentran seres humanos. El análisis desde “el castillo de la pureza” no encuentra a nadie digno del voto; si acaso la diferencia, dicen, es entre malos y peores. Pero si bien es cierto que entre los contendientes prevalece la mediocridad, también lo es que la clase política no es diferente a la sociedad que representa. Candidatos y dirigentes partidistas no provienen de otra galaxia ni están hechos de diferente pasta que muchos de los ciudadanos de a pie, ésos que toleran y fomentan la ilegalidad en las autoridades, se muestran proclives a eludir responsabilidades fiscales o de plano son reacios a cumplir leyes y reglamentos.
A pesar de la vitalidad de este debate, son muy diversas las motivaciones frente a las urnas que el próximo domingo habrán de expresarse significativamente:
1. El voto duro: El elector vota por el partido, más allá de quién sea el candidato; lo hace por lealtad, por militancia, por sentido de pertenencia. No hay razón que valga (las malas cuentas, la trayectoria delincuencial de algunos candidatos) ante la convicción de votar por “su” partido.
2. El voto de castigo: Al votar, el elector castiga al partido que entrega malas cuentas. En algunos casos, un buen candidato o candidata pierde porque milita en un partido que ha tenido un desempeño lastimoso.
3. El voto en defensa propia: Es aquel que se emite como reacción ante la amenaza real o imaginaria que perfilan un candidato o un partido. En 2006 el PAN logró posicionar la idea en amplios sectores de Andrés Manuel López Obrador como “un peligro para México”. También votan en defensa propia quienes han sido muy lastimados por los gobiernos neoliberales y se suman a quien promete “salvar a México”.
4. El voto de conveniencia o inducido: Se vota a favor del candidato que se considera más funcional a los intereses propios. Aquí estarían, lo mismo, las inversiones de los poderes fácticos para apuntalar un candidato o a un partido, que las viejas formas de “compra de voto”: despensas, materiales de construcción, trámites, etcétera.
5. El voto por afinidad: Cuando se produce el clic del elector con el candidato. Más allá del partido que lo postule o de las propuestas que exponga, el elector votará porque le parece atractivo, “guapo”. No importa que se trate de una envoltura sin producto, ni su trayectoria o sus complicidades con personajes turbios, carita mata biografía.
6. El voto útil o estratégico: Ante la inviabilidad del triunfo del propio candidato, se vota por el contendiente con mayores posibilidades de derrotar al partido o al candidato que les genera mayor rechazo. En 2000 la derrota de Francisco Labastida del PRI y el triunfo de Vicente Fox de Acción Nacional se explican en gran medida por el “voto útil” que al final resultó “el voto útil por el inútil”.
7. El voto ético: Se vota por un proyecto; el elector sabe que no ganará pero vota por el candidato o el partido más cercano a sus valores (el respeto a la diversidad sexual o la despenalización del aborto, por ejemplo). Eso fueron los votos por Gilberto Rincón Gallardo, del Partido Democracia Social, que, sin embargo, no fueron suficientes siquiera para mantener el registro.
8. El voto razonado: Se decide el sufragio a partir del análisis de las trayectorias y propuestas de los candidatos y los partidos. Se trata de un tipo escaso de sufragio en virtud de la desinformación que prevalece.
9. El voto nulo: El elector quiere mandar un mensaje de rechazo al sistema de partidos. No es la abstención sino la decisión más consciente de reprobar la política y a los políticos.
10. El voto “Chingue a su madre” —los oídos sensibles pueden reemplazar este nombre por otro: “Que sea lo que Dios quiera”—. Se trata de un voto irreflexivo, que se deja a la suerte.
Y usted, ¿en cuál se ubica?
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC
jueves, 2 de julio de 2009
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