Dossier Índigo
Los mexicanos estamos cansados de la política. La corrupción y la impunidad nos robaron la capacidad de indignación. Ya no creemos en nada. O mejor dicho, ya no sabemos en quién creer.
El cinismo de la clase política ofende. Se acabó el escaso pudor. En la política mexicana el crimen ya no tiene castigo. Incluso es premiado. Pueden robarse partidas secretas, pactar monopolios para sus amigos, traficar nuestros energéticos desde el extranjero, negociar la libertad de delincuentes, sentarse a la mesa con el narcotráfico. Lo que sea. Nadie se dará cuenta. Y si se les descubre, la receta la tienen bien medida. Negarlo todo y aguantar mientras aparece la próxima tormenta. El escándalo de hoy es borrado con el de mañana.
Pasó con Salinas y también con Fox. Con Pemexgate y Amigos de Fox. Con la caída del sistema en el 88 o con el “haiga sido como haiga sido” de 2006. Nadie capturó a los asesinos ni de Posadas ni de Colosio ni de Ruiz Massieu. Tampoco a los victimarios de las muertas de Juárez o a los secuestradores de los cientos de Fernandos Martí o Silvias Vargas, ni a los responsables de los miles de ejecutados por la narcopolítica.
Las botellas de coñac de Mario Marín siguen en las barricas del olvido, los negocios judiciales del Jefe Diego trascienden sexenios y los relojes Bulgari de Marta Sahagún marcan con exactitud que estamos en la hora de la impunidad. Bejarano ya está libre para seguir “ligando” su próximo cargo; Ahumada, el “fajador” de perredistas, es el literario juez supremo y Oscar Nahúm Círigo Vázquez legisla sin haber sido electo por su nombre, sino por su alias de René Arce.
En la política y en los negocios, son los mismos apellidos de hace 30 años los que lucran con una patente que les dio el sistema priísta que no se desmantela. El mismo sistema que secuestró al presidente del cambio y hoy hace lo suyo con el del empleo.
Nunca antes el tamaño de los políticos mexicanos estuvo tan cerca del suelo. Nunca el clamor de “¡Hagamos algo por México!” estuvo más cerca del cielo. Y es que la ciudadanía que ya se dio cuenta de que no importa por quién se vote el 5 de julio, los jefes de los partidos ya tienen decidido quién manejará la agenda nacional. Está garantizada con sus diputados plurinominales, los que ya tienen asegurado su asiento en el Congreso. La mesa está puesta y el pastel está repartido. Para que todo siga igual.
Sobre todo cuando la partidocracia cerró, por ley, el paso a las candidaturas ciudadanas. Toda aspiración tiene que someterse a las siglas que, según las últimas encuestas, la mayoría de los mexicanos no compartimos. Y nos sentimos atrapados.
Por eso hoy, cuando nada se ve claro, aparece un horizonte blanco para México.
Es el movimiento del Voto Blanco, que cada día va tomando más fuerza para expulsar los colores oscuros de la mala política y darle transparencia a una sociedad que exige pesos y balanzas para reconstruirse.
Es un llamado a la esperanza que con distintos liderazgos, en distintas ciudades, comienza a despertar para recuperar los espacios ciudadanos en el quehacer político, que ya exige en México una cirugía mayor.
No lo pierda de vista. El fenómeno del Voto Blanco será la bandera que ondee con más fuerza en las elecciones de julio.