Jean Meyer
El Universal
28 de diciembre de 2008
Queremos promesas porque las realidades, que se deban a las acciones o a las omisiones humanas, colectivas y personales, son bastante pesadas. Veamos un breve inventario de las cuentas pendientes que 2008 pasa a 2009.
Primero, la crisis económica mundial que algunos vieron venir desde 1997 y 1998 cuando reventó la burbuja de los .com y, ciertamente, el año pasado cuando empezó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. No hay mal que por bien no venga: recuerdo que hace unos meses alguien escribió que para salvar al planeta necesitamos una “pequeña recesión”. Y es que crecer y crecer como meta universal tiene algo de suicida, ¿o no? No es demasiado tarde para empezar las obras de reparación, desde la reforma del sistema financiero mundial, como pide Paul Krugman, el Nobel de Economía, hasta una revolucionaria estrategia energética: que México dé el ejemplo y piense más allá de sus hidrocarburos, que enfrente la reflexión sobre lo nuclear, por ejemplo, y se dote de una red ferrocarrilera moderna, tanto para el transporte de las mercancías como de las personas.
Segundo: la actividad criminal del narcotráfico nos encuentra de nuevo en primera línea, si bien es un problema mundial, en el que producción y consumo, distribución, venta y blanqueamiento del dinero implican millones, decenas de millones de personas, pobres y ricas, y de empresas comerciales, industriales, financieras.
El narco ha permeado nuestras instituciones políticas y administrativas, la justicia y la seguridad, desde abajo hasta arriba; la actividad de nuestros sicarios ha costado, cifras oficiales, cerca de 6 mil vidas y ha invadido el país vecino, puesto que el gobierno de Guatemala ha declarado que nuestro cártel del Golfo controla todo el departamento de Huehuetenango. ¿Estaremos reconstituyendo el imperio mexicano del tiempo de Iturbide, conquistando a toda Centroamérica? ¡Qué orgullo!
En el campo internacional los riesgos son grandes y evidentes. Como hace cinco años, Paquistán e India, dos potencias nucleares, se encuentran en una peligrosa tensión, después de los atentados perpetrados en Bombay/Mumbay por un comando islamista paquistaní; que la organización terrorista que montó la operación esté prohibida y condenada por Karachi, desde 2002, no basta para calmar el juego. Además, Paquistán, atrapado en el conflicto afgano, está al borde del colapso y el caos; su ruina tendría consecuencias incalculables en Asia.
La guerra de Afganistán es uno de los tantos conflictos interminables, como la de Irak, la guerra en Sri Lanka entre los Tigres Tamules y el gobierno, las guerras que se suceden sin parar en el gigantesco Congo, corazón de África, en Sudán con el Darfur que implica a los países vecinos, empezando por Chad; la guerrilla kurda repunta en el sureste de Turquía y conecta con Irak; al norte de Turquía el Cáucaso es un polvorín que afecta Armenia, Azerbaidzhan, Georgia, Rusia y sus pequeñas repúblicas autónomas. No se puede olvidar la disputa geopolítica con potencial destructivo mayor que es la cuestión palestina que implica, además de israelíes y palestinos, Irán, Siria, Líbano y todo el Medio Oriente. La bomba de tiempo sigue con su tic-tac…
Un tic-tac que nos lleva a mencionar la proliferación de las armas nucleares y demás de destrucción masiva, grandes o miniaturizadas, que comprará, algún día, el narco o algún dictador. El terrorismo, puramente político, de corte nacionalista y étnico, va a la par con el terrorismo político-religioso y ambos han tejido lazos sustanciales con el narcotráfico y todos tipos de actividades criminales.
La solución a todo lo enumerado hasta ahora depende de nosotros, de nuestros gobiernos, pero ¿podemos hacer algo para parar el recalentamiento del planeta o sólo podremos adaptarnos a sus efectos? Peor tantito, ¿cómo, si no poner fin, a lo menos frenar la “sexta extinción” de toda forma de vida, vegetal, animal, microorgánica, que nuestro “desarrollo” explosivo ha puesto en marcha? Afrontar todos estos problemas no resueltos necesita inteligencia y voluntad; necesita sentido común, pero, para obtener resultados debemos formar un verdadero “nosotros” a dos niveles, un “nosotros los mexicanos” y un “nosotros global”, puesto que tenemos una sola Tierra, como lo demuestra el incesante flujo migratorio que transforma el mundo de sur a norte y de oriente a poniente.
Mi meta en ese último artículo del año no es suscitar la angustia, sino ver la realidad de frente para formular, para exigir promesas que puedan mejorar nuestro mundo. ¡Feliz Año!
jean.meyer@cice.edu
Profesor investigador del CIDE
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