domingo, 21 de junio de 2009

El vigente modelo se basa en producir destruyendo

RAMON FOLCH, SOCIOECÓLOGO

Ramón Folch, experto en temas medioambientales, con el edificio Nexus I de Barcelona a su espalda. /MARCEL-LI SÁENZ


«Sabemos cómo funciona el cambio climático, pero no lo relacionamos con nuestras opciones existenciales. Es conocimiento descontextualizado»
ÁLVARO BERMEJO
Diario Vasco

A Jorge Oteiza no le gustaba nada que le llamaran escultor. Daba un manotazo sobre la mesa y clamaba: «¡Soy un Biólogo del Espacio!». Más moderado, pero no menos oteiciano, este doctor en Biología se define como «Socioecólogo», una palabra transdiscipilinar que incluye un modelo de mejora ética para cambiar el mundo. Hoy compatibiliza su cargo como consultor del programa MAB (Man and Biosphere) de la UNESCO con su propio gabinete de Gestión y Comunicación Ambiental, en Barcelona, y un perfil outsider, muy en la línea de la Universitat Oberta de Catalunya. En 1975, cuando ésta parecía una idea surrealista, creó la Unidad de Ecología Aplicada de la Diputación de Barcelona, la primera unidad de gestión ambiental auspiciada por el sector público en nuestro país. Desde entonces, este pionero del pensamiento sostenibilista ha recorrido medio planeta intentando convencer al otro medio de que la única manera de resolver los acuciantes problemas de nuestro tiempo pasa por una reflexión holística donde las consideraciones sociales, ambientales y tecnológicas, impregnen las prioridades de los sectores socioeconómicos convencionales.

Tras participar en los Cursos de Verano de la UPV, mañana da una conferencia en la Fundación Cristina-Enea (19.00 horas), que llevará por título La vivienda sostenible: arquitectura, eficiencia y salud. Toda una «gratificación ambiental» para quienes comienzan a entender que la arquitectura es una rama de la ecología.

- Usted se define como 'Socioecólogo', pero formalmente la 'Socioecología' no existe. ¿Había que inventarla?
- No existe, pero haberla, hayla, como las meigas. Trabajo en ella desde hace tres décadas. No se enseña como tal en ninguna universidad, ni tal vez podría enseñarse porque, por definición, no es una disciplina, sino el resultado de intersectar varias. Viene a ser una aproximación transversal a la globalidad socioeconómica y ambiental. Es decir: no existe, pero consiste en gestionar diestramente cuanto existe.

- Su estudio (ERF) reúne a una veintena de profesionales (ingenieros, biólogos, arquitectos, comunicadores.) que trabajan en equipo. ¿Suman o multiplican?
- Sobrevivimos. Materialmente, poniendo en el mercado productos proyectables que pocos piden (aunque muchos necesitan, creo). E intelectualmente, sometiéndonos a constantes procesos de falsación y validación. No vendemos humo, ni buenas palabras. Somos tecnocientíficos que sacamos cuentas y cuadramos balances. Modelizamos el comportamiento térmico de un anteproyecto arquitectónico, por ejemplo, y le decimos al cliente por dónde se le va la energía, en qué grado contribuye a agravar el cambio climático, cómo puede resolver el problema, cuánto le cuesta y cuánto ahorra. En definitiva: multiplicamos.

- Entonces, la Transdisciplinaridad, ¿es una de las claves de la Sostenibilidad?
- La especialización no es el objetivo del conocimiento, sino la limitación de los conocedores. El enorme bagaje cognitivo acumulado por la humanidad en las últimas décadas nos condena a especializarnos como virtuosos y a tocar concertantemente como intérpretes. La insostenibilidad es, en parte, el guirigay de muchos virtuosos desconcertados tocando al unísono composiciones distintas. La transdisciplina vendría a ser la habilidad del director para que los virtuosos intercambiaran habilidades al servicio de una partitura concertante. O sea, lo de Guardiola con el Barça: copa (lo siento por la Real Sociedad ), liga y champions.

- Frente a la ecología ruralista y redentorista del siglo anterior, usted propone una alternativa en parte tecnocientífica. ¿Cómo se explica y cómo se aplica?
- La ecología nunca fue ruralista ni mesiánica; el ecologismo, tal vez sí. La ecología es una rama de la ciencia. Parcial, desde luego. De ahí lo de la socioecología. La realidad no se gobierna con creencias, pero se supedita a valores, eso sí. O sea que se remite a paradigmas. La sostenibilidad es un paradigma socioecológico que integra parámetros anteriormente desechados, sea porque antaño resultaban irrelevantes, sea simplemente porque se ignoraba su relevancia. No se puede construir el paradigma posindustrial con ideas preindustriales. De ahí la necesidad de la aproximación tecnocientífica y la incorporación del moderno saber ecológico.

- «No se trata de ser más austeros» -escribe-, «sino de ser más eficientes». Pero ese concepto de eficiencia, ¿no comporta un cambio de paradigma?
- En cierto modo, sí. Uno puede ser eficiente por mero rigor intelectual, pero se ve obligado a ello cuando lo dilapidado comienza a escasear y se encarece. Ahí ya cambia el paradigma. Consumir para que la máquina funcione, no funciona cuando la máquina se queda sin qué consumir. El crecimiento cuantitativo ilimitado como motor de le economía es un absurdo físico, cualquier espíritu crítico y mínimamente informado se percata de ello.

- El vigente modelo de sociedad se basa en estrategias simultáneamente globalizadoras y externalizadoras. ¿Cuál es la alternativa?
- La biosfera es un fenómeno global. Funciona. Por eso soy partidario de la globalización de las estrategias económicas, sería una bendición. Supone lo contrario de la mundialización de los mercados locales, que es la actual globalización de mentirijillas. La auténtica globalización bien entendida, por definición, elimina el exterior y, de rechazo, prescinde de la externalización como eficaz manera de ocultar su ineficiencia.

- En la cultura hindú no existe el concepto de residuo. Con la piel de una naranja hacen perfume. ¿Tenemos mucho que aprender de las culturas tercermundistas?
- Tenemos que aprender, en primer lugar, que hay demasiada literatura para ricos sobre las ejemplares virtudes de los pobres. Sí es cierto, sin embargo, que a la fuerza ahorcan. Cuando la necesidad aprieta, el ingenio se agudiza. Si bien se mira, es lo que nos está pasando ahora a nosotros: en nuestro contexto derrochador e ineficiente, todo se está volviendo escaso. Helicoidalmente, volvemos a donde estábamos (pero a un nivel más alto). Mirar para abajo puede ayudarnos a no caernos por los lados.

- Un sistema que produce sin destruir y que redistribuye equitativamente los bienes producidos, ¿es compatible con el vigente modelo de crecimiento económico?
- No lo es porque el vigente modelo se basa justamente en producir destruyendo, en tirar a medio usar y en redistribuir inequitativamente los valores añadidos (o las ganancias artificiosas que no nacen de valor añadido alguno, como las especulaciones financieras). Negarlo es instalarse en la marginalidad intelectual y ética. Ahí le duele, porque los apologetas del sistema tachan de marginales a las minorías tractoras que se atreven a razonar.

- Su propuesta de «cambio socioecológico» afecta hasta a los actuales partidos políticos, a los que describe, sean de izquierdas o de derechas, como réplicas de VodafoneVodafone y MovistarMovistar: «se baten por el mercado pero dan servicios parecidos». ¿Qué nuevos servicios y conexiones les pediría usted?
- Un programa para transitar por el siglo XXI, con una economía globalizada, 8.000 o 9.000 millones de humanos industriales o posindustriales y unos recursos energéticos y materiales manifiestamente limitados. El patéticamente prorrogado programa del siglo XIX es para arqueólogos, no para políticos.

- Insiste mucho en los «fermentos de cambio», pero sitúa casi todos fuera de las estructuras convencionales de la sociedad y la ciencia, incluida la universidad. ¿Por qué confía tanto usted en los 'outsiders'?
- Me remito a las pruebas. Pasteur, Darwin o Einstein lo fueron. El conocimiento se estanca sin heterodoxia, porque se normaliza y deja de ser crítico. La custodia de la ciencia normal es irrenunciable; su subversión es imprescindible.

- Frente al lugar común de la Sociedad del Conocimiento, usted propone la Sociedad de la Sabiduría. ¿En qué se diferencian?
- La sabiduría sabe con qué objeto sabe. Más importante que saber ir es dónde querer llegar. La sociedad de la sabiduría confiere sentido y valor al conocimiento. La bomba atómica nace de la riqueza de conocimiento y de la pobreza de sabiduría.

- «Hemos generado conocimiento sostenibilista» -escribe-, «la cultura es otra cosa». ¿Por ejemplo?
- Sabemos cómo funciona el cambio climático (algunos), pero no lo relacionamos con nuestras opciones existenciales (casi nadie). Es conocimiento culturalmente descontextualizado. A muchos le preocupa mucho más el pecado que el crimen. Como dice aquel, se empieza asesinando y se acaba faltando a misa.

- San Sebastián vive un intenso debate en torno a su candidatura para la Capitalidad Europea de 2016. ¿Bastará con hacer valer el peso de nuestros festivales culturales y culinarios?
- Si la idea de Europa sigue en manos de cuatro burócratas nórdicos, tal vez sí. Pero si Europa es un proyecto para el siglo XXI, obviamente no. Las capitales lideran procesos. ¿No remitiremos a la prospectiva o a la taxidermia?
- A propósito, ¿conoce el trabajo de la Fundación Banquete, surgido precisamente de Donostia y ya conectado con Barcelona, a través de la plataforma Ebiolab?
- Desde luego que conozco el trabajo. Es una prudente heterodoxia tractora a la que ya me he apuntado. Seré un socio crítico, eso sí, a fuer de tecnocientífico. Y moderado, aunque soy partidario de moderarme en todo, sobretodo con la moderación.

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