Denise Dresser
Cada semestre, como requisito del curso, les pido a mis alumnos que le escriban una carta a su diputado. Puede ser una carta solicitando información, o manifestando una queja, o haciendo algún comentario sobre su desempeño. Año tras año, esos jóvenes estudiantes han escrito ya cientos de cartas a la persona por la cual votaron y la cual -en teoría- los representa. Han intentando hacer lo mismo que hacen millones de personas más en democracias que funcionan razonablemente bien: exigir la rendición de cuentas a quienes, políticamente hablando, son sus empleados. Han buscado crear un contexto de exigencia para que el sistema político opere como debería y en su nombre. Pero los resultados del ejercicio revelan lo que está mal con la democracia incompleta en México. Lo que no funciona y urge remodelar. Porque después de tantas cartas, después de tantos semestres, sólo siete diputados han respondido.
Los demás no han contestado porque no es necesario. No es imperativo. No es componente integral del desempeño. No es parte de la descripción del puesto. Porque al Congreso se llega con otros objetivos y con otros fines. Se arriba allí para empujar agendas partidistas antes que atender demandas ciudadanas. Se aterriza allí para perpetuar los privilegios de las cúpulas antes que escuchar las exigencias de los electores. Se instala uno allí para establecer alianzas con los poderes fácticos antes que tender puentes con los votantes. El sistema político que permitió la transición democrática está demostrando sus límites: México rota élites pero no representa ciudadanos. México asegura la competencia entre partidos pero no los obliga a rendir cuentas. México crea mecanismos para repartir el poder pero no para garantizar su representatividad. México cuenta con una democracia, pero todavía con adjetivos: trunca y parcial. Por eso cuando Leonardo Valdés, presidente del IFE, afirma que "anular el voto es quedar al margen de la vida institucional del país que con tanto trabajo hemos logrado construir" le da palmadas en la espalda a una democracia de muy baja calidad.
Y esto es lo que está en el corazón del movimiento por el voto nulo. El problema de la representación ausente; el tema de la rendición de cuentas inalcanzable; el mal funcionamiento de una democracia mal armada. Una democracia incompleta que ha traído consigo numerosas elecciones auténticas, cierto pluralismo ideológico, varios contrapesos institucionales. Pero eso no ha sido suficiente para asegurar una mejor gobernabilidad democrática. Para acabar con las prácticas depredadoras de la clase política. Para obligar a quienes elegimos a obedecer las reglas más elementales del comportamiento democrático. Para evitar que los partidos mantengan candidatos que pactan con el narco -como Mauricio Fernández en Monterrey- o que cederán su puesto -como "Juanito" en Iztapalapa. Para obligar a quienes elegimos a demostrar lo que el politólogo Robert Dahl en su libro Poliarquía llamó "responsiveness", o sea responsividad ante las exigencias del electorado. Para evitar la captura de los partidos por los intereses atrincherados, evidenciada en la "Ley Televisa" y la colusión actual entre el duopolio y el Partido Verde.
Con demasiada frecuencia la democracia mexicana termina capturada por poderes fácticos porque no cuenta con el contrapeso de la ciudadanía. Como la supervivencia política de un diputado no depende de la reelección en las urnas sino de la disciplina partidista y la buena relación con Televisa y TV Azteca, los partidos acaban embolsados. Este comportamiento condenable existe y persiste pero no porque la clase política mexicana tenga una propensión genética a la corrupción, descubierta al descifrar el genoma mexicano. El problema no es cultural sino institucional; los partidos en México se comportan así porque pueden. Porque no se ven obligados por la reglas a rendir cuentas o a representar a electores como los cientos de mis alumnos que mandaron cartas. Porque no hay suficientes mecanismos institucionales para acotar el poder de los partidos -o sus dueños- y aumentar el poder de quienes, con su voto, los eligieron.
Hace unos días Felipe Calderón reflexionaba sobre la "brecha" entre políticos y ciudadanos, mientras llamaba a cerrarla. Si quiere entender por qué existe y se ahonda le sugiero que voltee a ver a las personas que entienden y simpatizan con en el movimiento para anular el voto. Porque a su manera, están escribiendo una carta a sus representantes. Una carta en la cual insisten en que quieren participar y no tienen cómo. Una carta donde argumentan que tienen derecho a representantes reales y no los encuentran. Una carta con la cual buscan presionar desde afuera a partidos que no tienen incentivos para hacerlo desde adentro, como lo demuestran al descalificar la anulación en lugar de entender qué la motivó. Una carta tal y como las que escribieron mis alumnos y fueron ignoradas. Una carta que en un país llamado "democrático" los partidos tienen la obligación de contestar.
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