Crónica de Viaje
Por: Ricardo Rubín -
01 de jun de 2008.
El Siglo de Torreón
En México hay infinidad de pueblos pequeños donde el visitante puede encontrar unos días de completa tranquilidad y descanso, pero pocos pueden ser igualados a San Miguel de Allende.
A poco más de 200 kilómetros de la Ciudad de México, sobre la carretera a Querétaro y en el corazón del Estado de Guanajuato, la pequeña ex ciudad minera de San Miguel de Allende ha sido escogida por varios cientos de norteamericanos y algunos europeos para vivir allí en forma casi permanente gracias a su excelente clima, su ambiente tranquilo, la amabilidad de su gente, y lo barato que es.
En su Plaza Principal, en las tardes, esos residentes extranjeros se reúnen a charlar, a comentar sus cosas entre ellos, y con la ayuda de algunos mexicanos practican su español. Muchos se dedican a escribir, otros a pintar, algunos simplemente llevan una vida tranquila o hacen algunas artesanías. Hay quienes cultivan el hobbie de la jardinería, y en las casas que alquilan siembran arbustos y flores.
Como reciben dólares de su país, la vida les resulta barata, y contratan a mujeres del lugar para que les cocinen, limpien la casa y laven y planchen.
Cuando estuve allí, me alojé en la “Posada San Francisco”, que da a la Plaza Principal. Es un hospedaje limpio, de arquitectura colonial, y de cuartos amplios cuyas ventanas dan a un bonito jardín. Hay un pequeño restaurante donde se come bien.
San Miguel de Allende está rodeado de bajas montañas y varios riachuelos donde, se dice que se han encontrado pepitas de oro y de plata. Y es que toda esa zona es minera, y aunque la explotación de las minas ya no se hace, se asegura que en los riachuelos, con paciencia y suerte, se pueden localizar buenos trozos de rico mineral.
Éste es un pueblo que despierta temprano, y cuyo mayor movimiento se encuentra en su mercado principal. Allí se pueden comprar verduras y frutas riquísimas, carne fresca, antojitos y una gran variedad de artesanías, flores exóticas y raíces y plantas curativas que traen los habitantes de la región.
Poco antes del mediodía, la animación está en su Plaza Principal, rodeada de edificios antiguos y coloniales como el Palacio Municipal, la iglesia principal y algunas tiendas de artesanías, hoteles y restaurantes. Hay arcadas con mesas al aire libre donde se puede comer y tomar un buen licor de fruta natural.
Por las tardes, una variedad diversa de aves se posan en los árboles de la Plaza, y son famosas las puestas de sol o atardeceres, porque el cielo se tiñe de varios colores brillantes con el crepúsculo y se inicia la entrada de la noche.
Las noches son ligeramente frescas, y los jóvenes de ambos sexos se reúnen en la plaza a coquetear y a escuchar a la banda musical que toca los miércoles y domingos. Como se puede ver, una vida muy tranquila. La gente se acuesta temprano para levantarse también temprano, y sólo algunas fiestas religiosas o fiestas populares rompen durante algunos días la tranquilidad del pueblo.
Aunque muchas calles están asfaltadas y son de cemento, hay otras que siguen siendo de piedra. No debe dejarse de visitar la iglesia de San Francisco ni su Casa de la Cultura, o de Bellas Artes, con diversas expresiones artísticas, y bailes regionales. Otra iglesia colonial digna de visitarse es la de Nuestra Señora de la Salud, donde las figuras de Jesús y María tienen riquísimos ropajes.
Hay una rica variedad de platillos de la comida regional guanajuatense. Cuando vaya por allí, no deje de probar el “menudo” o “pancita”, las carnes guisadas con cerveza, las empanadas, los dulces de leche. Cocina regional e internacional, lo mismo que la mexicana, las puede encontrar en varios restaurantes como el “Carmina”, “La Bugambilia” y “La Casona”.
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