Por Ma. De la Paz Espino del Castillo Barrón
Atención
Me parece oportuno y pertinente abordar un tema histórico-social relevante; partícipe y responsable, como somos todos los humanos, en la construcción de este mundo.
En los países atentos al devenir histórico, a la interrelación social-cultural, se habla enfáticamente de interculturalidad. Es decir, del reconocimiento de las particularidades intrínsecas a diversas culturas, que conviven en un mismo espacio geográfico y temporal.
No se trata simplemente de aceptar la pluralidad de culturas o multiculturalismo, el concepto a que aludo va más allá de esto.Explicaré, mediante un caso evidente: San Miguel de Allende, Gto. Localizada esta ciudad en el Bajío mexicano, es muestra clara de un conglomerado social que, ahora, alberga un extenso sector de habitantes provenientes de diferentes latitudes geográficas, por lo mismo, portadores de cultura e idiosincrasia disímiles a la mexicana.
Es innegable que al paso de varias décadas, esta población, al decidir permanecer en los lares mexicanos, ha elegido compartir modos de vida, creencias, tradiciones, entre otros aspectos (al menos, así lo pienso). Nosotros, mexicanos, hemos recibido (algunos con mayor beneplácito que otros) a quienes desean conocer, y por qué no decirlo, involucrarse en esta dialéctica a la que antropólogos, sociólogos, historiadores, escritores, en suma, intelectuales, llaman interculturalidad.
Asunto que, sobre todo, implica valores humanos, sociales y morales; mismos que revelan un sentido ético, en nuestros comportamientos y actitudes.Lo deseable, por supuesto, dada la dinámica mundial, sería comprender y respetar las formas de representación cultural específicas o propias; lograr una confluencia de caracteres o rasgos distintivos, que permitan la convivencia armónica, pacífica; dicho en otros términos: cósmica.
Si todos los que aquí vivimos comprendiésemos esto, seguro que podríamos cooperar en y para el mundo, con la mejor voluntad. Sin embargo, observo, con no poco desencanto, que todavía -como género humano- somos incapaces de actuar en bien de “el otro”; sin el uso de juicios peyorativos al referirnos a nuestros congéneres; sin desear establecer cotos o fronteras para implantar nuevos dominios que, final e infortunadamente, erigen reinos de poder: económico, de clase, de lenguas y lenguajes, por mencionar algunos.
Acaso, ¿habrá quien piensa que vivimos en un colonialismo ramplón o, peor aún, en un estado feudal?
Considero preeminente reflexionar, re-pensar en esta materia, con el propósito de modificar lo que a cada uno concierne, para conformar en este maravilloso sitio y singular tiempo, una estirpe de auténticos ciudadanos, comprometidos en, por y hacia la libertad.
Decir y actuar, congruentemente y con plena conciencia, para re-instaurar el sentido de humanidad, que tanto urge. ¿Quién no estaría dispuesto a vivir desde este principio?
Bienvenidos a San Miguel quienes con esto acuerden.
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