viernes, 12 de enero de 2007

Mérida abandonada

En el centro del debate
Carlos Martín Briceño
Diario de Yucatán

Hace mucho tiempo que el Centro Histórico de Mérida perdió su esplendor.

El abandono de esta zona comenzó en la década de los 60, cuando las familias de clase media y media alta que allí habitaban, en aras de hallar un sitio más tranquilo para vivir —debido al aumento del tráfico vehicular y a la proliferación de comercios, sin ningún tipo de regulación—, decidieron emigrar hacia el norte de la urbe, donde construyeron, la gran mayoría, residencias que emulaban estilos arquitectónicos que nada tenían que ver con el clima y las costumbres yucatecas.

Así, aún podemos encontrar en muchas construcciones de las colonias del norte, chimeneas, arcos moriscos, grandes balcones, techos de dos aguas típicos para dejar resbalar la nieve y otros elementos que a los arquitectos de la nueva generación —esos que hoy están cosechando numerosos premios en el concierto nacional— seguramente les han de parecer absolutamente demodés.

Con el paso del tiempo, el abandono del Centro se volvió cosa normal en la Ciudad Blanca. De esta forma, en los años 70 y 80 surgieron, en todos los puntos cardinales, fraccionamientos que atraían a los meridanos con sus casas diminutas, pero dotadas de garaje para resguardar el auto y un curioso jardín frontal para sembrar una alfombra de verdeante césped.

Únicamente seguían habitando las casas del Centro Histórico las familias que no se habían podido salir por razones económicas o, de plano, sentimentales.

—¿Cómo? ¿Todavía vives allí? —Era cosa frecuente escuchar en las conversaciones.

Lógicamente, los antiguos predios perdieron su valor y los propietarios prefirieron dejarlos caer para aprovechar el terreno y construir estacionamientos o locales comerciales, sin que las autoridades pudieran hacer nada por evitarlo. Nunca supimos si su defensa era responsabilidad del INAH, del Ayuntamiento o del gobierno del Estado.

Que exista ahora un Patronato para la Preservación del Centro Histórico de Mérida ya es ganancia. Eso significa que los yucatecos comienzan a apreciar el valor cultural y arquitectónico que tienen los predios que otrora abandonaron.

Y que el presidente del Colegio Yucatanense de Arquitectos, Sergio Quintanar Flores, declare que, en cuanto al rescate del Centro Histórico hay “un absoluto desinterés”, refiriéndose, claro está, al Patronato me parece doble ganancia.

Lo digo porque con este debate, lejos de crear divisiones entre dos grupos que, aparentemente persiguen un mismo fin, quisiera pensar que servirá para acercarlos y comenzar a trabajar, ahora sí, en un verdadero plan para la salvación del centro, pues hoy, así como de pronto nos encontramos felizmente con una casona que ha sido recientemente rehabilitada para que sirva de hotel, también nos podemos topar con residencias cuyos interiores han sido destruidos por sus dueños, dejando únicamente sus fachadas para engañar a las autoridades.

Han pasado varios años desde que se intentó declarar a Mérida Patrimonio de la Humanidad. Debo reconocer que, aunque el esfuerzo fue bien intencionado, en aquel tiempo era prácticamente imposible alcanzar la meta.

Parece ser que soplan nuevos vientos para nuestra ciudad. Empieza a surgir un interés genuino por defender su arquitectura. No permitamos que suceda con otras zonas de Mérida lo mismo que pasó con el Centro Histórico. Todavía existen cientos de residencias porfirianas en la avenida Colón, en el Paseo de Montejo y en la Colonia García Ginerés que esperan ser defendidas de los embates del mercantilismo.

La arquitectura de restauración no es una actividad pasada de moda. Las ciudades más hermosas del mundo son aquellas en las que conviven, en perfecta armonía, las construcciones del pasado con los edificios del presente y, por qué no, del futuro.— Mérida, Yucatán.

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